Entre pensamientos..[Alana]

Había estado bastante distraída durante las demás clases, más aún al no poder hablar con Lizzie y que está desapareciera de mi vista en cuestión de segundos dejándome sola. Eso me había enfadado un poco, pero sabía que todos teníamos una vida aparte de nuestros compañeros y no podía exigirle que estará siempre conmigo. Meditando en ello, no me percaté de que me alejaba rápidamente de Helling y que había ido a parar al lago. Pero no me importo, seguí caminando por la yarda verde y muy agradable que surcaba la orilla, hasta llegar a sentarme una de las rocas que había por allí cerca. Me quedé fija, observando las pequeñas olas que hacía el agua y ajena a todo lo demás. Sólo en el momento en que unos pasos hicieron eco, volteé mi rostro en su dirección.

Mi corazón latió alocado dentro de mi pecho ante aquella visión. ¿Por qué tenía que encontrarme especialmente con él? Refunfuñé para mis adentros, cruzándome de brazos y fijando la vista de nuevo en el lago.

- ¿Qué haces tú aquí? -le pregunté agriamente cuando lo sentí más cerca. - ¿No tienes otra cosa qué hacer?

Lo observé tirar los zapatos hacia unos arbustos, en ese momento deseé que se le perdieran por ser tan frío e indiferente con todo el mundo. Me acurruqué más aún en la piedra, pegando mis piernas a mi torso, tratando de ignorar su presencia. Pero cuando su seductora voz llegó a mis oídos, otro extraño nerviosismo se acrecentó en mí... Sólo por un instante, cuando su obvio descaro de indiferencia se hizo presente. Nada más pensé: ¡Estúpido!

Le fruncí el ceño, ladeando la cabeza para mirarle con enojo. No importaba el hecho de que me hubiese gustado casi toda mi vida, era un bastardo frío.

-No, le hablo a las piedras. -le contesté, señalando uno de los montículos grises a nuestro alrededor. Casi por instinto mis ojos se desviaban para verle de cerca, pero eso simplemente me enojaba mucho más. -Y no me has contestado, ¿qué haces aquí?

Si bien no era la forma en que normalmente me dirigía a alguien, no podía evitar que me saliera ese tono de voz enfadado y resentido. Siempre nos habíamos tratado así, con indiferencia, odio y, hasta cierto punto, un poco de cuidado pero la mayoría de las veces era tan frustrante encontrarse a alguien que te ignorará la mayor parte del tiempo o que simplemente no te hiciera caso y fingiera, como sucedía en estos momentos.

-El famoso Wrath debiera estar juergueando, ¿se te desinfló el ánimo? -le pregunté sarcásticamente, volviendo a fijar la vista en el lago. Traté de aparentar indiferencia, pero temía que con su agudos sentidos pudiera detectar la mentira tras mis palabras. Si, no era buena mintiendo.

Anonadada, miré lo que parecía ser una sonrisa... Parecía más una mueca de dolor u otra cosa que un gesto de felicidad o agradable. Me reí, divertida por aquella mueca, no, definitivamente sonreír no era lo suyo. La única sonrisa que le salía bien eran aquellas perversas que anunciaban el mal.

-A mí no me gusta y tampoco aceptaría una invitación a su club de perversos. -le dije, incorporándome de la piedra. ¿Qué había querido decir con eso?, le torcí el gesto, malhumorada mientras palmeaba mis pantalones para sacar el polvo que se había adherido a ellos. -También buscaba algo de tranquilidad, pero cierta personita decidió arruinarme el paseo. -agregué mirándolo disimuladamente- Y no debieras andar por ahí a pies descalzos, puede picarte algo venenoso o quién sabe que cosas más.

Me recriminé mentalmente cuando aquella frase se escapó de mis labios, no debía mostrar preocupación alguna por él, tampoco es que la necesitará. Mordiéndome el labio, bajé la mirada a sus pies. Al menos, ellos no saldrían hablándome, simplemente me ignorarían... Como si fuera una novedad.

-Bueno, tampoco es que me importará. -mentí- Por mi puedes agarrar alguna enfermedad.

Cuando escuché su pregunta, hice un gesto de indiferencia mientras me encogía de hombros y hacía como si no le diera importancia a su pregunta. Pero no pude evitar alarmarme cuando un mueca de dolor se dibujó en su perfecto rostro. Mi corazón latió rápidamente cuando lo vi caer hacía atrás luego de quién sabe que cosa le había picado. Balbuceé algo, sin saber qué y me acerqué con rapidez hacia el cuerpo inconsciente de Damien.

- ¡Oh, Dios! -exclamé, arrodillándome a su lado. Bien, podía haber dicho que no me importa pero al fin al cabo era mentira y no iba a dejar que se enfermará o envenenará por la picada de algún bicho. - Damien, ¿estás bien? -le pregunté, nerviosa, colocando una mano en su pecho. Posé la otra palma en su frente no tenía nada de nada. ¿Y sí lo había picado una araña de esas que envenenan? Asustada por eso, giré mi vista hacía sus pies. Hasta poder observarlos mejor. No había ninguna picada, pero quizás era tan diminuta que no la podía ver. Volví a levantar la cabeza y a mirarlo fijamente mientras pensaba en qué hacer.

Lo primero sería llevarlo a la enfermería, pero supongo que sería más pesado que yo y no podría soportar su peso. Negué con la cabeza, mordiéndome los labios con nerviosismo, no podía dejarlo así, me acerqué a su rostro, ¿y si no respiraba ya?

-Vamos, Damien, despierta. -susurré al borde del pánico. Esto no iba a ser mi día. - ¿Por qué no me escuchaste, tonto?

Grité sorprendida cuando su carcajada me hizo dar un respingo. Lo miré anonadada, sin poder creerme que estaba bien. Sentí muchas cosas, en especial, enojo y alivio. Enojo porque sabía muy bien que todo había sido una broma de mal gusto y alivio, porque no le había pasado nada y su risa era ciertamente reconfortante. Sin evitarlo, lo golpeé en la cabeza, rabiosa hasta las lágrimas por la jugarreta estúpida que me había hecho.

- ¡Eres molesto y tu broma es de muy mal gusto! -le grité, incorporándome. Tuve que apretar los dientes para contener el impulso de darle una patada, me chocaba lo que había hecho y, quizás, también era una forma de comprobar que estaba bien. -Ojalá si te fuera dado algo pedazo de cosa insensible, me preocupo que te fueras a morir delante de mí. -exclamé, indignada, mientras echaba a caminar lejos de él hecha una furia. Seguro, a él no le importaba lo mucho que me había preocupado por su bienestar así que tampoco esperaba una disculpa por su parte. -Damien, quién lo necesita. -murmuré, caminando más deprisa.

Me detuve dándome cuenta que me estaba siguiendo, bien. Él había intentado molestarme, ¿no? ¿Por qué simplemente no le hacía lo mismo? Porque a él no le importaría que te sucediera, respondió la voz odiosa en mi cabeza y sabía que tenía razón. Bien, aún así, podría seguir jugando su juego. Quizás no sería la gran cosa, pero se podía intentar. Sólo no tendría que pasarme y listo, Me giré hacía él con una sonrisa en el rostro, más bien era una especie de mueca, pero intentaba a que pareciera esas lujuriosas muecas que los de su clase solían poner.

-Bien, ¿quieres jugar conmigo, no? -le pregunté, enojada, mientras empezaba a quitarme mi jersey por la cabeza, sólo que había olvidado el hecho de que no me gustaba colocarme blusa debajo y seguro él tendría una vista de mi sostén con flores. Rayos. Aún así, no me deje intimidar por el sentimiento de verguenza que se extendió por toda mi piel. Me quité el jean y los zapatos y me metí en ropa interior al lago de un salto, para luego empezar a coger agua con las manos ahuecadas y echarle a aquel molesto sujeto. - ¡A ver si te gusta eso, Damien!

Fue una mala idea, pensé, al ver con mal humor como Damien cogía mi ropa y se subía a un árbol. ¿Quién diría que el muy atrevido haría eso?, por supuesto, yo no había pensado ese detalle y mucho menos que la idea de quitarme la ropa para meterme al lago iba a ser pésima. Hacía demasiado frío y el viento que corría no me ayudaba nada. Estaba mojada como un gatito húmedo y dejado en la calle.

Perfecto.

-Bien, haz lo que quieras, yo me largo. -le grité. Saliendo del agua, escurrí mi cabello y intente medio secarme un poco. Caminaría en paños menores hasta la entrada de la universidad donde todo el mundo podría observarme en paños menores y toda mojada. ¡Nada mejor que eso, lo sé! Y era la primera vez que quería maldecir a alguien, se suponía que los ángeles no blasfemaban ni nada por el estilo pero este ángel quería hacerlo. -¡Jodida suerte la mía! -grité, alejándome a grandes zancadas, no volteé atrás para mirar a Damien. Sólo deseaba que se cayera de la rama y se partiera una pierna, aunque sabía que si eso sucedía, iría corriendo a socorrerlo. Pero mientras pensaba una y otra vez una serie de eventos desastrosos que lo podrían suceder a ese chico, me preguntaba cómo haría para llegar a la universidad así, en ropa interior y mojada.